Terror de los cristianos y héroe bendecido por Dios para los musulmanes. A los mil años de su nacimiento en Algeciras, su figura sigue siendo controvertida, porque si bien reforzó el poder árabe en la Península, erosionó la autoridad califal y abrió la puerta que condujo a los reinos de taifas y la desintegración de la España musulmana
Almanzor le usurpó a Hisham su puesto debido a su minoría de edad, gobernó despóticamente, engañó a los altos cargos y mató a todo el que se interpuso en su camino”. Esta es la negativa valoración que de Ibn Abi Âmir, apodado al-Mansur o Almanzor, hizo el famoso historiador y pensador Ibn Jaldûn (m. 1406), autor de los "Prolegómenos", en su tratado de historia general. Calificó a Almanzor de arribista, ambicioso y mentiroso porque, de hecho, su ascenso al poder como gobernante todopoderoso – sin llegar a ostentar el título de califa, cuya legitimidad disfrutaban los omeyas por ser descendientes de la misma tribu que el Profeta –, supuso el comienzo del fin de esta dinastía que había gobernado al-Andalus desde el año 750; su acceso al liderazgo de la esplendorosa España musulmana del siglo X significó el comienzo de una nueva era, la amirí, cuya política, en muy pocos años, condujo al estallido de la “Gran Rebelión” en Córdoba, en 1009, a la guerra civil, a la desintegración y caída del califato de Córdoba y, por fin, a la consagración de los dispersos reinos de taifas en 1031.
La valoración negativa de Ibn Jaldûn sobre Almanzor es casi única, porque la tónica general en las fuentes historiográficas árabes – la mayoría habla de Almanzor– desde sus propios contemporáneos hasta los autores del siglo XVII, ha sido muy favorable al caudillo algecireño. ¿Ocurrió esto porque Ibn Jaldûn reflexionó sobre los acontecimientos políticos que analizaba en su tratado, despegándose de la única fuente contemporánea de Almanzor, la del cordobés Ibn Hayyan, de la que todos los restantes historiadores tomaron la información que transmitieron en sus recopilaciones? Así debió suceder, pero lo cierto es que la opinión negativa de Ibn Jaldûn no dejó huella en la Historia: tanto para musulmanes como para cristianos, Almanzor ha pasado a la Historia como un triunfador, como un mito, una leyenda que humilló a los enemigos del Islam, infligiéndoles grandes derrotas.
Panegíricos en verso
Véanse los versos de Ibn Darray (m. 1030, en Zaragoza), poeta de origen beréber que trabajó en la corte de Almanzor como panegirista y que legó a la posteridad la imagen del luchador por el Islam, la figura brillante y siempre victoriosa que ha perdurado entre los árabes. Los declamó ante su mecenas para felicitarle por su sonada victoria en Santiago de Compostela, batalla a la que quizás asistió el propio poeta; de hecho, fue testigo presencial de muchos acontecimientos militares, lo que confiere a sus poemas cierta importancia como fuente histórica:
“Hoy Satán ha faltado a sus promesas con nuestros enemigos, abandonándoles a su suerte. Y los partidarios del politeísmo [los cristianos], estén en Oriente o en Occidente, ya están convencidos de que su creencia sólo es obra de Satán. En Santiago, en cuanto entraste con las espadas relucientes como la plena luna que se pasea entre las estrellas, Echaste abajo todos los fundamentos de esta supuesta religión que bien basados parecían.
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Pues Dios te ha recompensado, oh “Victorioso con la ayuda de Alá”, oh “Almanzor”, con su religión que con tanto ahínco defendiste...
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Que este día de gloria se enorgullezca de ti, oh Almanzor, y que todo el pasado, con el día de hoy, te honren para siempre”.
Sin embargo, la victoria de Almanzor y el paso de su figura a la Historia no se limitó a sus éxitos militares. Era, sobre todo, un personaje que respondía a los parámetros del típico héroe árabe. En la literatura árabe clásica, cuando se habla del poeta “por excelencia” surge un solo nombre, al-Mutanabbi (m. 965), conocido por su panegírico al príncipe sirio, Sayf al-Dawla al-Hamdani. Éste se había granjeado la admiración del poeta y encendió en él las más vivas fuentes de inspiración que suscitaron los más bellos versos. En él se aunaban los principales rasgos de un héroe árabe digno de ser alabado: el puro origen árabe que garantizaba la caballerosidad en el trato, el valor en la guerra, la mesura en el juicio y la generosidad. Estos son precisamente los rasgos que resaltan en la caracterización de Almanzor.
El origen árabe de Almanzor –dudoso históricamente– fue puesto en valor en las crónicas y en los versos de su panegirista. Descendiente de una tribu yemení, su antepasado había llegado con Tariq, el conquistador beréber de la península Ibérica en el año 711. Así lo confirmó, entre otros, Ibn Jaldún que añadió: “Por ello, le había sido encargada la educación del futuro califa Hisham” – circunstancia que aprovechó para entrar en palacio –. Ibn Darray cantó en sus versos ese origen, en un poema en el que le felicita por sus dos hijos:
“... [son] Lo mejor que han dado los antepasados del Yemen, un Yemen glorioso gracias a su tribu de Maad; Heredaron el orgullo de ser generosos, calidad que nació con los de la tribu de Tayyi’ (tribu de la parte oriental de la península Arábiga); Y son los herederos que fueron perdonados en la batalla de Badr y son los virtuosos que participaron en la batalla de Uhud (batallas que emprendió el Profeta)”.
El valor de Almanzor en la guerra y su decidida defensa de las tierras del Islam se evidencian en sus 56 campañas militares contra los cristianos. Para los cronistas árabes, entre otros Ibn Idhari al-Marrakushi (principios del XIV), “Almanzor fue el único caudillo árabe que se había atrevido a llegar hasta el corazón mismo de las tierras cristianas, hasta Santiago de Compostela”. Pero no sólo contra los cristianos mostró Almanzor su celo protector y difusor del Islam, sino también en su política militar en el Norte de África, continuadora de la de los omeyas cordobeses; así, no dudó en cruzar varias veces el Estrecho para hacer frente al avance fatimí chií y sus aliados magrebíes y consolidar las posiciones andalusíes en la región.
En el mismo sentido del perfecto cumplimiento de su deber en al-Yihad, las fuentes destacan que, cuando Almanzor volvía de sus aceifas, no disfrutaba del descanso merecido sin antes haber llamado a su presencia al jefe de las yeguadas reales, cargo muy relevante en el Estado andalusí, para preguntar por la marcha de los establos – dada la importancia del caballo en la guerra y la necesidad de asegurar el suministro constante a sus ejércitos, además de la especial relevancia de los equinos en el contexto islámico por las directas menciones que de ellos hizo el Profeta – y al encargado de las construcciones para saber el estado de las murallas, los edificios, sus palacios y sus casas. En ese apartado administrativo, las fuentes recuerdan el cuidado que prestaba Almanzor personalmente a la siembra de grandes extensiones de cebada para sus caballos.
Generosidad y tolerancia
Las crónicas también recuerdan el buen juicio, la generosidad y la magnanimidad que deben caracterizar a todo caudillo. Se repiten las escenas de tolerancia, justicia y altruismo. Es muy reveladora la anécdota transmitida por Shala, un allegado de Almanzor, que recogió el cronista magrebí, al-Maqqari, de Tremsén, en su crónica "El Aroma de los Perfumes". Una noche, Shala, al ver que el caudillo permanecía despierto a altas horas de la madrugada, le dijo: “Nuestro jefe ha tardado mucho en irse a descansar y él sabe lo que esto significa de cansancio y de nervios”, a lo cual Almanzor contestó: “El rey no duerme si duerme su pueblo, porque si yo durmiera todo lo que necesita mi cuerpo, no habría podido pegar ojo ninguno en este magnífico país”.
Aparte de todas estas cualidades atribuídas desde siempre a Almanzor, destacó otra, guinda de las virtudes resaltadas por la literatura clásica árabe para sus grandes personajes: el amor por el arte y la ciencia y sus donaciones sin tasa a poetas, escritores, cantantes y tertulianos, que amenizaban las veladas literarias tan en boga a finales del siglo X, desde Bagdad a Córdoba. Al-Humaydi (m. 1095), autor andalusí de un famoso diccionario biográfico, resalta que Almanzor “amó la ciencia, se dedicó a la literatura y agasajó a quienes se dedicaban a ellas y las enseñaban”. Las crónicas recogen versos compuestos por el propio guerrero, ensalzando sus méritos personales y militares.
La información de las crónicas va más allá, al referirse a la afición literaria de Almanzor. Gracias a al-Humaydi, se sabe que “celebraba todas las semanas, en un día concreto, una velada en la que reunía a todo tipo de especialistas en las letras afincados en Córdoba o de paso por ella” y que no aceptaba a cualquiera en estas veladas. Para acoger a un nuevo poeta en su círculo literario, Almanzor mismo hacía pasar al candidato una especie de examen – bastante exigente, según las fuentes – que podía consistir en improvisar versos sobre un tema de interés, que generalmente era la descripción de algún objeto existente en la sala donde se hallaran: un mueble, unas flores, unas frutas o bien la descripción de un acontecimiento de cierta relevancia. Podía también pedir que emularan y rebatieran la poesía de algunos de los grandes poetas de Oriente o bien que el candidato participara en un debate que organizaba Almanzor entre el futuro poeta y sus conocidos críticos o detractores. Si el candidato mostraba ingenio, espontaneidad, elocuencia y conocimientos lingüísticos y literarios, pasaba a la nómina de poetas oficiales y cobraba regularmente un estipendo fijado según su excelencia y su nivel de maestría poética. Se encargaba de organizar estas lislistas Abd Allah b. Maslama, conocido poeta y crítico literario, que decidía también los emolumentos que debía percibir cada poeta.
Quema de libros
Ahora bien, la figura de este amante de las letras queda empañada por su fanática actuación contra la biblioteca del califa al-Hakam II (m. 976), poco tiempo despúes de hacerse con las riendas del poder. El califa muerto, hijo de Abd al-Rahman III y padre de Hisham II, el heredero relegado a la nada por Almanzor, la había heredado de sus antepasados merosas aportaciones de libros raros y manuscritos antiguos. El guerrero ordenó la quema de todos los libros de la biblioteca que no tuviesen relación con la religión; así fueron pasto del fuego obras de Lógica, Astrología y Filosofía, mientras que quedaron a salvo los libros consideradoslícitos, o sea los de religión y de las ciencias cultivadas tradicionalmente por los árabes: Medicina y Matemáticas. Nunca se supo ni se sabrá a ciencia cierta cuánto fue quemado –mucho, según las fuentes– pero lo cierto es que éstas mismas fuentes justificaron la quema como medida digna de un buen político; como maniobra hábil y un golpe de timón con el que pretendía satisfacer a los ulemas y alfaquíes cordobeses para que, recién encargado de los asuntos del Estado, le dejaran actuar a sus anchas. Y, de hecho, lo consiguió, pues detentó el control total de al-Andalus hasta su muerte en 1002.
Almanzor, una epopeya árabe
Por su carácter – que Levi-Provençal califica de “verdadero dictador, de ambición sin límites, con una voluntad de hierro y gran habilidad política”– y por su enérgica actuación política y militar, Almanzor se ganó la admiración de su poeta, Ibn Darray, quien le inmortalizó en algunos de los mejores versos escritos en al-Andalus. Pero Almanzor cobró su dimensión épica no sólo debido al talento del poeta sino, sobre todo, gracias a la obra del historiador andalusí del siglo XI Ibn Hayyan, cuyo padre había sido visir y secretario de Almanzor y le había acompañado en sus campañas.
El hombre de confianza de Almanzor informó a su hijo de todo lo relacionado con el chambelán amirí y, aunque los libros de Ibn Hayyan no han llegado hasta nosotros, se conocen muchos fragmentos gracias a obras posteriores que lo citaron como fuente de información. Y cuantos historiadores han hecho uso de ellos, desde el siglo XII al XVII, han mostrado a un Almanzor victorioso, brillante, campeón del Islam, fama confirmada por sus propios enemigos cristianos, como se verá a continuación.
Personaje “entre la epopeya y la historia”, como escribió C. De la Puente, su propia muerte plantea dudas. Baste resaltar lo dicho sobre su enterramiento por una de las fuentes árabes: “(Fue enterrado] bajo el polvo que había recogido durante sus campañas, pues cada vez que salía en expedición, sacudía todas las tardes sus ropas sobre un tapete de cuero e iba reuniendo todo el polvo que caía” (traducción de Luis Molina).
Almanzor tuvo una honda repercusión también entre los cristianos. Muchos son los testimonios que sobre él se hallan en la literatura medieval, e incluso, su nombre perdura, aún hoy, en numerosos topónimos geográficos en tierras castellanas. Su personalidad, su gobierno y las devastadoras campañas que desplegó durante casi veintiséis años fueron glosadas por los cronistas cristianos de la época. Uno de los primeros que se ocupó de él fue, en el siglo X, el obispo Sampiro de Astorga, en cuya crónica minusvaloró las victorias de Almanzor, ya que no fueron debidas, según él, a su valor y a sus méritos, sino a la acción de Dios, que quiso castigar a los cristianos por sus pecados o, más bien, por los cometidos por su rey Vermudo II.
Sin embargo, a lo largo del siglo XII, varios cronistas destacaron otras cualidades de Almanzor. Así, la "Crónica Najerense", pone de relieve “sus desaforados impulsos carnales”. En la "Historia Compostelana" se compara el daño que causó en la iglesia de Santiago con el ocasionado por una plaga, por la devastación producida por sus tropas.
Asimismo, en el "Liber Sancti Iacobi", se le considera un personaje demoníaco, el “mayor de todos los bárbaros y el causante de todos los males”. La"Crónica Silense" le arroja al infierno inmediatamente después de su muerte; no obstante, destaca “su grandeza de ánimo y su fortaleza de espíritu”. En general, casi todos los cronistas del siglo XII resaltan el terror que causaba en sus incursiones por tierras cristianas. Ya a comienzos del siglo XIII, cuando Lucas de Tuy hace referencia a la Batalla de Calatañazor, después de la cual murió Almanzor, no duda en afirmar que sólo era un servidor de Satán. Sin embargo, en ese tiempo, el arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, alude a sus grandes dotes de gobernante y le califica como varón valiente, laborioso, prudente e, incluso, llega a considerarle como invencible. Asimismo, la "Primera Crónica General de España" no escatima elogios hacia Almanzor y dice, refiriéndose a él, que “era moro muy esforçado et muy aguçioso et sabio”.
Historia y fábula
En torno a él se crearon numerosas leyendas, “como expresión más delicada de la literatura popular en la que se mezcla el acontecimiento histórico con lo fabuloso”, a través de las cuales puede apreciarse el sentir que sobre Almanzor fue creándose con el paso del tiempo. De esta forma, la personalidad de este caudillo hizo brotar en torno a él numerosos romances populares, en los que se referían diversos acontecimientos relacionados con su vida, donde se ensalzaba, en cierta medida, su persona.
Entre ellos destaca la "Leyenda de los Siete Infantes de Lara o de Salas" donde se pone de relieve el “espíritu caballeresco y bondadoso” de Almanzor en el trato dispensado al noble castellano Gonzalo Gustioz, padre de los siete infantes, a quien su cuñado Ruy Velázquez había enviado a Córdoba, con una carta cuyo contenido él desconocía, en la que se pedía a Almanzor que le diese muerte. Almanzor, que le había recibido con muchos honores, no sólo no cumplió lo que se le pedía, sino que además le albergó y le dio buen trato, ya que “era de natural caballeresco”, de manera especial después que supo que Ruy Velázquez había provocado la muerte de los siete hijos de Gonzalo Gustioz. Después de este suceso, Gonzalo Gustioz fue conducido a lujosos aposentos, y, para consolarle, Almanzor le entregó a su propia hermana, quien trató amorosamente al desdichado castellano. De esa relación nació un hijo, Mudarra, después que a Gonzalo Gustioz se le hubiese permitido salir de Córdoba. Pasado el tiempo, este joven, una vez que se hubo enterado de su origen, recibió la media sortija que su padre había dejado antes de partir y que le serviría para identificarse, y acudió a Castilla con caballos, armas y todo lo que hubo menester de lo que el mismo Almanzor le había provisto, y dio muerte a Ruy Velázquez. De esta forma vengaba la muerte de los siete infantes. Lope de Vega tomó como referencia este romance para escribir "El bastardo Mudarra".
En otras leyendas se destaca la fuerza militar de Almanzor, como sucede cuando se relatan las campañas que el conde castellano Fernán González emprendió contra los musulmanes, donde se hace referencia a Almanzor y se le considera como “el terrible enemigo de los cristianos”.
Condesas con historia
Asimismo, se resalta el poder y el carácter casi mítico de este caudillo en la Leyenda del conde castellano Garcí Fernández y la condesa traidora. Argentina, hija de un noble francés, se había casado con Garcí Fernández, pero después de varios años sin tener hijos, la condesa abandonó a su marido y se marchó con un conde francés, quien tenía una hija de su primer matrimonio, llamada Sancha. Garcí Fernández, deseoso de vengarse del conde que se había llevado a su esposa, se introdujo en su palacio disfrazado de mendigo y conoció el mal trato que recibía Sancha,por lo que decidió sacarla de allí y contraer matrimonio con ella.
Ya en Castilla,Sancha, a pesar de haber dado a luz a su hijo Sancho, no sentía ningún amor por su marido y enterada de las victorias de Almanzor quiso entregarse a él como esposa. El caudillo musulmán, teniendo noticias de la belleza deSancha, pidió que se reuniese con él. Para llevar a cabo tal deseo, Sancha urdió el ataque de Almanzor contra su marido, que murió en la lucha. Después, quiso envenenar con la bebida a su hijo Sancho, pero enterado éste gracias a una sirvienta, le cambió la copa y Sancha murió envenenada. Según la leyenda, esto ocurrió “cuando las victorias de Almanzor sobre los cristianos rodeaban a la figura del caudillo moro deun prestigio casi mítico”.
La leyenda también se hace eco del amor que Almanzor despertó en una dama castellana. “Un amor funesto” nacido en doña Oña, regente en Castilla de su hijo Sancho García, que se enamoró profundamente de la arrogancia y apostura de Almanzor cuando éste acudió a Burgos para negociar la alianza entre cordobeses y castellanos. Enterado Almanzor del sentimiento de la condesa, trató de sacar el máximo partido de la situación y comenzó, también, a manifestar su cariño a la “enamorada condesa”. Doña Oña deseaba tenerlo siempre junto a ella y puso todosu empeño en alcanzar su deseo. Almanzor vio en este “amor” la posibilidad de unir Castilla al reino cordobés, pero para ello se hacía necesario acabar con Sancho García. Los dos enamorados, a pesar de la repugnacia de doña Oña, planearon envenenarle en la fiesta de su cumpleaños, pero llegado el momento, la condesa fue incapaz de permitir que su hijo bebiera la copa del mortífero veneno y fue ella quien la apuró de una vez. Almanzor, indignado por esta traición y lleno de ira comenzó a insultarla. Don Sancho respetó la hospitalidad que le había dado y le permitió regresar a Córdoba. Poco tiempo después, murió la desgraciada condesa doña Oña.
En otro lugar, y a propósito de un vago presentimiento que tuvo Almanzor mientras dormía en Granada, poco tiempo antes de la Batalla de Calatañazor, se cuenta que se despertó sobresaltado, cosa inaudita en él, pues rara vez se mostraba nervioso, ya que según se decía “ni aún los caballos se atrevían a relinchar en su presencia”. Pero este trágico presentimiento que le atormentaba se cumplió poco después, ya que los reyes cristianos habían firmado una alianza y terminaron con su poderío. No obstante, su recuerdo se mantiene vivo en la historia y a través de las leyendas que, de manera especial, se desarrollaron y difundieron en el Romanticismo.
Texto de Soha Abboud y Paulina López publicado en "Revista La Aventura de La Historia", España, dossier 46, pp. 16-21. Digitalizacion, adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.