Orígenes y documentos fundamentales de la Rosa-Cruz
Recibe el nombre de Rosa-Cruz una hermandad oculta de buscadores espirituales que surgió en Alemania hacia el siglo XVII; sin embargo, las primeras noticias de unos “Hermanos de la Rosa-Cruz” en Europa son datables en el siglo XIV. (René Guénon, Aperçus sur l’Initiation, París 1976).
Por otra parte, la primera manifestación pública de la Rosa-Cruz como escuela constituida parece haber tenido lugar en París cuando, en agosto de 1623, aparecieron fijados en algunas paredes de esta ciudad unos carteles que decían: “Nosotros, diputados del Colegio principal de los Hermanos de la Rosa, Cruz, tomamos morada visible e invisible en esta ciudad por la Gracia del Altísimo, hacia el que se vuelve el corazón de los Justos. Enseñarnos sin libro ni máscara a hablar toda clase de lenguas de los países donde queremos estar, para liberar a los hombres nuestros semejantes de errores de muerte.” (Ver Gabriel Naudé, Instruction à la France sur la vérité de l’histoire des Fréres de la Rose-Croix, París 1623).
“Nosotros, diputados del Colegio de la Rosa. Cruz, asesoramos a todos aquellos que deseen entrar en nuestra Sociedad y Congregación. enseñándoles el perfecto conocimiento del Altísimo[...], advertirnos al lector que conocemos sus pensamientos, que si su voluntad es vernos únicamente por curiosidad, nunca comunicará con nosotros; pero si la voluntad le lleva realmente a inscribirse en el registro de nuestra confraternidad, nosotros, que juzgamos los pensamientos, le haremos ver la verdad de nuestras promesas, de tal modo que no damos la dirección de nuestra morada, ya que los pensamientos unidos a la voluntad real del lector serán capaces de hacer que nos conozca y de que le conozcamos.” (Ver Anónimo, Efroyables pactions faites entre le Diable et les prétendus invisibles, París 1623).
Nueve años antes de estas manifestaciones públicas había aparecido en Cassel un curioso opúsculo de unas 15 páginas que trataba de la Rosa-Cruz: La Fama Fraternitatis. (El título completo de esta obra es Allgemeine und General REFORMATION. Der gantzen kreutzes Gedruet and Cassel durch Wilhelm Wesell, Anno N.DC.XIV.).
El término latino “fama” designa un rumor público, una voz común, “Lo que en Occidente se han llamado Rosa-Cruces a partir del siglo XIV, y que ha recibido otras denominaciones en otras épocas y en otros lugares, porque el nombre no posee aquí más que un valor puramente simbólico y tiene él mismo que adaptarse a las circunstancias, no es una asociación cualquiera, es la colectividad de los seres que han alcanzado un mismo estado superior al de la humanidad ordinaria, un mismo grado de iniciación efectiva... Por esta razón, no tienen otro lugar de reunión que ‘El Templo del Espíritu-Santo, que está en todas partes”.
Se cree, sin embargo, que este libro circulaba en forma de manuscrito unos veinte años antes de su publicación. Una noticia que va de boca en boca. Se trata de una “Común y general reforma de todo el vasto mundo, seguida de la Fama Fraternitatis de la loable orden de la Rosa-Cruz”.
Todo lo que se ha podido averiguar a propósito de los orígenes de la Rosa-Cruz procede de este libro, donde se encuentra la narración de la vida de Christian Rosacruz.
Como veremos más adelante, este personaje, que en el fondo es simbólico, estuvo en contacto con el mundo islámico. Esto ha llevado a muchos autores, entre ellos René Guénon y Emile Dantinne, a ver un origen islámico en la fraternidad Rosa-Cruz.
La "Fama Fraternitatis" alude a una fraternidad secreta fundada por Christian Rosacruz que, a lo largo de sus viajes por el Oriente musulmán, obtuvo la revelación de los secretos de “la ciencia armónica universal”. Basándose en estas enseñanzas, concibió un plan para reformar filosófica, religiosa, artística, científica, política y moralmente el mundo, para cuya realización se rodeó de algunos discípulos. Según Emile Dantinne (Ver Emile Dantinne, “De Forigine Islamique des Rose-Croix” en la revista Innconnues, n° 4, pág. 8 y ss. Henry Corbin parece estar de acuerdo con este autor. Ver L’imagination créatrice dans le soufisme d’Ibn Arabi. Ed. Flammarion, pág. 20, París 1977), Christian Rosacruz habría entrado en contacto con “Los Hermanos de la Pureza”, sociedad filosófica formada en Basra en la primera mitad del siglo IV de la Hégira (622). Las doctrinas de esta sociedad no estaban del todo de acuerdo con la ortodoxia islámica, sino que se apoyaban en gran parte en los antiguos filósofos griegos y en los neopitagóricos.
Los “Hermanos de la Pureza” difieren de los sufíes en algunos puntos, aunque están de acuerdo en muchos otros. Ambas son “místicas que derivan de la teología coránica. El dogma está aquí suplantado por la fe en la Realidad divina”. (Ver R. A. Nicholson, Studies in Islamic mysticin, pág. 79, 1921).
Basándose sobre todo en sus precursores griegos y alejandrinos, los sabios del Islam estudiaron y desarrollaron la astrología y la alquimia que, a través de las Cruzadas, volverían a Europa. Muchas de las ideas principales de estas dos ciencias aparecen no sólo en la Fama Fraternitatis, sino también en las “Bodas Alquímicas”.
Los verdaderos Rosa-Cruces que, como veremos, no hay que confundir con los rosacruces del siglo XVII o, menos aún con los actuales, permanecieron siempre en el anonimato. Si alguno de ellos jugó un papel importante en la historia, se guardó bien de presentarse como Rosa-Cruz. Como los sufíes en el esoterismo islámico, los Rosa-Cruces auténticos no utilizaron nunca en público este título. Como escribe Guénon de un modo tajante, “Si alguien se ha declarado a sí mismo Rosa-Cruz o Sufí, se puede afirmar, sin necesidad de examinar las cosas más profundamente, que realmente no lo era”. (Ver René Guénon, op. cit., pág. 246). Afirmación lo suficientemente clara para darse cuenta de qué son, en el fondo, los rosacruces actuales que se anuncian en la prensa. Es innegable que hubo, en los orígenes de la Rosa-Cruz, una colaboración entre iniciados en los dos esoterismos: el cristiano y el islámico; esta colaboración continuaría realizándose, bajo otras formas, ya que su razón de ser es precisamente mantener el lazo entre las iniciaciones de Oriente y Occidente.
La Fama Fraternitatis
El breve texto de la Fama Fraternitatis está precedido de un prefacio “al avisado y entendido lector” en el que se exponen las ideas fundamentales de la doctrina Rosa Cruz.
“La Sabiduría, soplo del poder divino y rayo de la magnificencia del Altísimo, es para los hombres un tesoro infinito.” “Nuestro padre Adán poseía en su totalidad este tesoro antes de la caída, y gracias a él pudo nombrar a los animales de los campos y a los pájaros del cielo que el Señor Dios puso delante suyo. (Ver a este respecto nuestra introducción a Las Enseñanzas de Jesucristo a sus Discípulos, Ed. Obelisco).
“La triste caída en el pecado ha mermado esta joya magnífica de la Sabiduría y propagado la orgullosa oscuridad e incomprensión por el mundo. Sin embargo, Dios la ha desvelado por instantes a sus amigos. pues el sabio rey Salomón nos da testimonio de este hecho: ha accedido, por su oración aplicada a su aspiración, a esta sabiduría, de modo a conocer cómo fue creado el Mundo, la fuerza de los elementos, el medio y el final de los tiempos, cómo comienza y acaba el día, cómo se transforman las estaciones, cómo evoluciona el año, etcétera.” (Ver Sabiduría VII-7 a 21). “Todo cristiano ha de ser un verdadero Jesuita, o sea, ha de caminar, vivir, ser, permanecer en Jesús.”
“Aquí está el verdadero rubí real, la noble, brillante piedra roja de la que se ha dicho produce en las tinieblas un resplandor luminoso, que es un medicamento perfecto para todos los cuerpos, que transforma en oro puro a los metales, que deja atrás todas las enfermedades, angustias, penas y melancolías de los hombres.” El texto prosigue comentando el sacramento de la Eucaristía, comparando las enseñanzas de la Biblia con las de Platón, Aristóteles y Pitágoras y arremetiendo contra los “aventureros y malandrines” que vanamente pretenden fabricar oro.
Desde los primeros párrafos, la Fama Fraternitatis se presenta como portavoz de un cristianismo gnóstico que pretende ir más al fondo que el catolicismo oficial de Roma. El nombre del protagonista de la obra que, como veremos, es Christian Rosacruz, evoca ya la idea de un “cristianismo rosacruz”. No puede negarse que se trata de un modo de abordar las doctrinas cristianas que goza de una gran falta de rigor en lo concerniente a la mitología, el simbolismo o la alquimia. Si esta elasticidad pudo ser causa de herejía, como frecuentemente lo ha sido, hay que admitir, no obstante, que permite acercarse con una perspectiva más amplia el problema del esoterismo cristiano.
En la segunda parte de este opúsculo aparece el relato de la vida del hermano C. R. Si hemos de creer a la Confessio, el segundo libro rosacruz que apareció al año siguiente de la publicación de la Fama Fraternitatis, se trataría de Christian Rosacruz. Nacido en 1378, en el seno de una familia noble, Christian perdió a sus padres cuando era todavía niño. Fue educado en un convento en el que entró a los cuatro años y del que no salió hasta los dieciséis (o sea doce años simbólicos), para realizar los viajes que nos narra la Fama Fraternitatis En el convento adquirió un conocimiento bastante aceptable del latín y el griego, trabando amistad con un hermano, el P. a. e., con el que emprendería una peregrinación al Santo Sepulcro. C. R. desembarcó en Damcar, donde entró en contacto con los sabios de esta ciudad, “capaces de grandes maravillas”. No se ha podido averiguar dónde está esta ciudad que, por otra parte, no puede estar muy lejos de Jerusalén, pero que no corresponde ni a Damasco ni a ninguna otra ciudad cuyo nombre pueda parecérsele. En Damcar aprendió árabe con tanta celeridad que al cabo de un año tradujo al latín el famoso libro M. (3). que se llevaría con él.
Habiendo permanecido unos tres años en Damcar, pasando por Egipto, se dirigió a Fez (4) donde se puso en contacto con los iniciados de esta ciudad, pasando luego por España antes de regresar a Alemania, donde formaría el primer núcleo de la cofradía de la Rosa-Cruz. Los sabios que encontró en Fez estaban en contacto con los iniciados de los otros países islámicos y conocían todas las llamadas “Ciencias Ocultas”, que C. R. estudiaría con ellos. Si meditamos en los breves extractos de la Fama Fraternitatis que acabamos de leer, veremos que se trata de una filosofía cristiana profundamente ligada al hermetismo. Se ha hablado de sincretismo entre las enseñanzas herméticas y el cristianismo. En efecto, en la Fama Fraternitatis (así como en la Confessio y en las “Bodas Alquímicas”), se recogen con toda naturalidad doctrinas herméticas y kabalistas (Este libro no ha sido encontrado aunque, según la Fama Fraternitatis, Christian Rosacruz lo habría traducido al latín.
Tanto los historiadores como los pseudorosacruces de principios de siglo se partieron la cabeza intentando identificarlo con algún libro existente, a alguna obra de Magia o de Alquimia conocida. No lograron esclarecer nada, pues se trata de un libro simbólico, del “Libro” por excelencia, que el Adepto ha de ir a buscar a Oriente. No hablamos aquí del Oriente situable en nuestros mapas, sino del Oriente místico. Para más precisiones, remitimos al lector a toda la obra del ilustre filósofo, ya fallecido, Henry Corbin, especialmente su L’Homme de Lumière dans le Soufisme Iranien, Ed. Présence, París 1971. Es el Liber Mundi, porque se trata del mundo espiritual que, según la feliz definición de Corbin es “la totalidad concreta que el hombre alimenta con su propia sustancia, por encima de los límites de esta vida”, como si fuera un libro que permanece intacto eternamente). Se trata, sin duda, del Liber Mundi, el “Libro del Mundo”, por oposición al Liber Gratiæ, el “Libro de la Gracia”. (Recordemos que esta ciudad santa de Marruecos fue, durante la Edad Media, uno de los centros más florecientes en lo que a la práctica de la alquimia se refiere).
Pero el autor de la Fama Fraternitatis, como ocurre con muchos de los llamados alquimistas y kabalistas cristianos de la época, no intenta poner de acuerdo doctrinas diferentes, ni aprovechar elementos pertenecientes a culturas distintas. Como escribe Henry Corbin, “se abusa con facilidad del empleo de la palabra ‘sincretismo’”. Casi siempre, esta palabra sirve como argumento para no tomar en serio algún generoso proyecto que pone en presente doctrinas que se convenía pertenecían al “pasado resuelto”. Sin embargo, nada hay más fluctuante que esta noción de “pasado”; de hecho, depende de una decisión o de una predecisión que pueden estar superadas por otra que vuelva a dar futuro a este pasado”. (Ver Henry Corbin, L’Homme de Lumiére..., op. cit.- pág. 29).
El autor de la Fama Fraternitatis utiliza el lenguaje y la cultura cristianos para exponer unas doctrinas que se encuentran en todas las tradiciones y en todas las épocas. No inventa nada; no remodela nada, se limita a decir de nuevo lo que ha sido dicho ya, pero se ha olvidado. El mito de la caída y la excelsitud de la sabiduría no son monopolio de Roma; los libros de los kabalistas contienen alusiones constantes a éstos y otros temas; es más, la llamada “filosofía hermética» de los alquimistas se basa en gran parte en estos presupuestos. (Ver nuestra introducción a Cuatro Tratados de Alquimia, pág. 11, Ed. Visión Libros, Barcelona 1979).
Pero la originalidad con la que estas verdades universales, sin estar las más de las veces en contradicción con la ortodoxia, son presentadas, es mucha; algunas afirmaciones resultaron ser un poco fuertes y suscitaron el odio en los medios eclesiásticos. Entre sus numerosos calumniadores, dos jesuitas, el padre Gaultier y el padre Goelessius, llegaron a hablar de ateísmo y relacionaron a la fraternidad Rosa-Cruz con el pensamiento de Lutero, lo cual, en la época y en ciertos medios era casi como hablar del diablo. (Ver Jean-Pierre Bayard, La Symbolique des Rose-Croix, Payot, París 1976, pág.23).
De todos modos, no hay que olvidar que Juan Valentín Andreae, supuesto autor de las “Bodas Alquímicas”, era nieto de Jacobo Andreae, conocido por “El Lutero de Würtemberg”, que fue uno de los más ardientes defensores del luteranismo.
La Confessio
Al año siguiente de la publicación de la Fama Fraternitatis, aparece, al mismo tiempo en Cassel y en Frankfurt la Confessio, el segundo libro básico de la literatura Rosa-Cruz. Anónimo como el anterior, este libro exhala la misma exaltación mística y apocalíptica que se podía apreciar en la Fama Fraternitatis, apoyándose a menudo en la Astrología y presentando algunos nexos evidentes con la Kabala. Una de las ideas más curiosas que encontramos en él, denotadora de un profundo conocimiento del esoterismo kabalístico, es que los caracteres o letras que Dios ha incorporado en la Santa Biblia, están también netamente impresos en la maravillosa criatura que son los cielos y la tierra.
Adivinarnos aquí que la Biblia es un símbolo, una suerte de arquetipo del Liber Mundi al que aludía la Fama Fraternitatis. Las referencias a este misterioso libro dentro de la literatura esotérica, kabalística o alquímica son constantes, podríamos decir que sólo hablan de él, pero resultan tan terriblemente oscuras que habrá que esperar cuatro siglos para encontrarse con esta idea claramente expresada en “El Mensaje de Nuevo Encontrado”: “El libro donde Dios ha escrito su secreto es el cielo y la tierra. Por esto el hombre santo y sabio estudia la Ciencia del Señor en la paz del Jardín de Edén.” (Ver Louis Cattiaux, El Mensaje de nuevo Encontrado, Ed. Sirio, Málaga 1987, X. Vers. 64).
No podemos extendemos aquí a propósito de este libro en el que la letra y el espíritu están unidos, en el que el Sol y la Luna están casados, pero no dudamos en afirmar que es el Libro de las Eternas Bodas que creemos queda perfectamente simbolizado por “Las Bodas Alquímicas”.
Según su autor, el objetivo de la Confessio es completar la Fama Fraternitatis, “colmar sus lagunas”, “formular en mejores términos los pasajes algo insondables”. Debemos, pues, considerar esta obra como un complemento de la anterior. El aspecto apocalíptico de la Fama Fraternitatis se encuentra también en la Confessio, que ofrece la felicidad de un siglo (Se trata del Olam Habá, o “mundo que viene”, por oposición al Olam Hatsé, “este mundo”; el término latino sæculum es la traducción exacta de Olam. Ver nuestra introducción al Apocalipsis de Esdrás, publicado por Ediciones Obelisco.) que goza de la intervención divina, oponiéndose al actual que se caracteriza por la falsedad, la mentira y las tinieblas. Se trata del fin del mundo cantado en las diferentes evocaciones apocalípticas, (El Fin del Mundo, tal como lo entendían los antiguos, no es ni el fin del planeta, ni el fin del Cosmos. A menudo se refiere al final de una civilización; casi siempre se trata del fin del mundo que cada hombre se ha creado y ha vivido, y el advenimiento del que llevaba dentro de él.) pero aquí no aparece tan terrible como en el Apocalipsis de San Juan. Se trata de “una nueva mañana”.
El autor de la Confessio exhorta apasionadamente a sus discípulos a la “lectura aplicada y permanente de la Santa Biblia”, ya que el verdadero Rosacruz hace del Libro Sagrado “la regla de oro de su existencia”, “el objetivo y término de sus estudios” y “el resumen y quintaesencia del mundo entero” (Cap. X). Estas breves apreciaciones serán suficientes para que el lector se explique el éxito de la Rosa-Cruz en una época en la que la Iglesia manifestaba tanta dureza e intolerancia. El odio que pudo llegar a tener hacia los Rosa-Cruz es, sin embargo, completamente lícito si pensamos que, frente a algún adepto verdadero que profesara estas doctrinas, nos encontramos con un sinfín de grupúsculos, más o menos aislados que, movidos por su fantasía, orgullosamente se creían Rosa-Cruces, sin serlo en realidad.
Los tres libros fundamentales del Rosacrucismo ofrecían, como hemos intentado hacer ver, un cúmulo de doctrinas e ideas que permitirían a los ávidos de esoterismo el formar, basándose en éstas, grupos de estudio y de búsqueda que, más tarde, dieron lugar a las asociaciones y fraternidades de buscadores que se autotitularían Rosacruces. Estas gentes, en su inmensa mayoría buenos cristianos, que desearon profundizar en el aspecto oculto de su religión, no serían nunca bien vistos por las autoridades eclesiásticas. Con la aparición de los manifiestos en las paredes de París, la cosa no hizo sino complicarse.
Creemos, y en esto estamos completamente de acuerdo con Guénon, que la aparición pública de los Rosacruces coincidió, en cierto modo, con su desaparición. “Lo que se hace público se envilece”, sabia máxima del hermetismo, podría aplicarse aquí a la famosa fraternidad.
Las Bodas Alquímicas
En 1616 aparecía en Estrasburgo una de las obras más relevantes de la literatura esotérica europea, “Las Bodas Químicas de Christian Rosacruz”. Advirtamos, antes que nada que, en la época, “químico” era sinónimo de “alquímico”, por lo cual podemos hablar aquí de unas “Bodas Alquímicas”, e incluso considerar este libro como un tratado de alquimia. Pero “Las Bodas Alquímicas de Christian Rosacruz” son algo más que un simple tratado hermético, se trata de una obra multidimensional, en la que las nociones corrientes de espacio y tiempo se encuentran trascendidas desde las primeras líneas. La trama tiene lugar en un espacio y en un tiempo reales, pero distintos a los que normalmente conocemos.
Se desarrolla en el sugestivo plano del símbolo, que está en un nivel de conciencia superior al nuestro, y no inferior como creen algunos psicólogos. Este libro contiene la descripción simbólica, no podría serlo de otro modo, del proceso de la Iniciación. Lo aborda con una belleza y una precisión tales, que ha cautivado a la mayoría de esoteristas posteriores. A los sentidos alquímico e iniciático ha de añadírsele el místico. El equívoco término de mística no posee aquí, sin embargo, el significado inadecuado y desencarnado que se le atribuye desde hace algunos siglos. Si investigamos en la raíz mystikos, veremos que el místico es el “Iniciado a los Misterios”.
Este misterio es el del hombre mismo, el del hombre interior, ora prisionero en una torre, ora cautivo de una serpiente o reo de un feroz dragón. Las “Bodas Alquímicas”, divididas en siete días son, pues, una delicada y hermosa alegoría de las Siete Puertas que el místico ha de atravesar, de los siete órganos sutiles del hombre que según el sufismo van despertándose progresivamente a lo largo de su ascensión espiritual, o de los siete días de la Creación del Hombre Perfecto, el Adam Kadmón de los kabalistas. Siete días porque siete son las jornadas en las que se divide este libro, evocando sin duda los siete pétalos de la rosa mystica. Entre los egipcios el siete era el número de la vida eterna, y esta vida eterna no es sino la que sucede a la resurrección, el gran misterio hacia el que, como veremos, se dirige la trama de las “Bodas Alquímicas”.
Hacemos estas comparaciones porque creemos que las “Bodas” aparecieron en un momento histórico-cultural muy especial, abarcando y, en cierto modo, conjugando los conocimientos esotéricos anteriores. En ellas encontramos la sabiduría ancestral de los egipcios, de los caldeos, los griegos junto a la perspicacia de los kabalistas y la simbólica poética del Islam. Todo ello, evidentemente, en el lenguaje típico de los esoteristas de la época, alimentado principalmente en el espíritu cristiano y la revelación hermética, evocador de una gnosis no desprovista de humor y de poesía. El protagonista, Christian Rosacruz, relata su maravilloso viaje al “Palacio Cerrado del Rey”, donde ha de asistir a las Bodas Reales. Una o vanas aventuras particulares ocupan cada una de las siete jornadas que componen el relato. La primera comienza la víspera de Pascua cuando, durante su meditación y sus oraciones, Christian Rosacruz recibe la visita de una mujer alada de extraordinaria belleza que le entrega una carta invitándole a las Bodas Reales. Esta idea, expuesta de otro modo, aparecía ya en el Evangelio o en un bellísimo escrito del cristianismo primitivo llamado “El Canto de la Perla”. Para asistir a tan magno acontecimiento, Christian ha de revestir una túnica de lino blanco, colocar en su pecho una cinta roja en forma de cruz y fijar cuatro rosas rojas en su sombrero. Así emprende el fantástico viaje cuya lectura apasionará a más de un lector, despertando quizás en él una nostalgia misteriosa y cautivante, la del Banquete de las Bodas al que muchos están llamados, pero cuyo camino es por pocos elegido. (Ver Mateo, XXII-9).
La Alquimia Cristiana y el Rosacrucismo
Al estudiar las Bodas Alquímicas es imprescindible, como hemos visto, referirse a la Alquimia, cuyas enseñanzas afloran a lo largo de sus siete jornadas. Toda la obra escrita y plástica atribuida a los miembros de la Rosa-Cruz rezuma el saber de los alquirnistas, hasta el punto de que la idea misma de la “Rosa” y la “Cruz” asociadas expresa ya una operación alquímica.
Los dos manifiestos Rosacruces y las Bodas Alquímicas se apoyan en numerosos puntos de las doctrinas alquímicas. Si bien es cierto que el hermetismo ejerció en la época una influencia notable en los medios artísticos y literarios, y su simbolismo se encuentra en casi todas las manifestaciones del espíritu humano, tenemos, con la trilogía rosacruz, un bellísimo ejemplo de lo que se ha convenido en llamar “Alquimia Cristiana”.
Todos los autores, herméticos y profanos, hacen remontar el “Arte Regio” al Antiguo Egipto. A través de los griegos, cuya mitología, aparentemente contradictoria y confusa, es una de las exposiciones simbólicas más precisas y completas del Arte Hermético, y de los hebreos, la Alquimia se impuso en la Europa culta. No es desdeñable, sin embargo, la aportación árabe; fue decisiva, a través de los sabios instalados en la Península Ibérica y los intercambios culturales que facilitaron las Cruzadas.
Basándose en unos presupuestos que no están en contradicción con ninguna de las grandes religiones reveladas, la alquimia ha podido florecer en Egipto, Israel, India, Tibet, China o Grecia. Como escribía Emmanuel d’Hooghvorst: “la alquimia no es una de las ramas del esoterismo, es su llave o su Piedra Angular”. (Ver su Ensayo sobre el Arte de la Alquimia, pág. 20. - Reeditado en LA PUERTA - ALQUIMIA, Ed. Obelisco.). Es, por lo tanto, lógico que el Gran Arte se encuentre en las bases mismas de las doctrinas rosacruces.
Pero, ante todo, veamos qué es la alquimia. Para Pierre Jean Fabre se trata de “una ciencia verdadera y sólida que enseña a conocer el centro de todas las cosas, llamado en el Lenguaje Divino “Espíritu de Vida”. (Ver P. J. Fabre, Abregé des Secrets Chymiques, París 1636, pág. 10.). Para Roger Bacon se trataría de “la ciencia que enseña a preparar una cierta medicina o elixir que, proyectado sobre los metales imperfectos, les comunica la perfección”. (Ver Roger Bacon, Speculum Alchimiæ, septem Capitibus, Norimbergæ 1614.). El alquimista es, ante todo, un filósofo que conoce a la perfección sus Escrituras Sagradas y que está dotado de la Sabiduría a la que ama (no olvidemos que, literalmente, filósofo significa “amante de la Sabiduría”). El alquimista es capaz de elaborar la “Piedra Filosofal” que regenerará al hombre y a la naturaleza caída.
Los alquimistas árabes, que tanta importancia tuvieron en el shiismo, eran todos musulmanes. Los alquimistas chinos que, gracias a los trabajos de Mircea Eliade, el profesor Chkashige u otros, hemos podido conocer, profesaban la religión taoísta; es, pues, lógico que los adeptos europeos medievales hicieran una alquimia cristiana. La alquimia cristiana floreció al mismo tiempo que la llamada “Kabala Cristiana”. Nos encontramos con que algunos de los representantes más notables de ésta fueron también alquimistas (pensamos especialmente en Pico de la Mirandola y en Blaise de Vigenère). En todos ellos existe una constante: su profundo y original conocimiento de las Escrituras, que interpretan bajo una hermenéutica kabalística o alquímica.
En la trilogía rosacruz podemos apreciar también un profundo conocimiento del Libro Sagrado, así como una inmensa cultura mitológica. El autor de las “Bodas Alquímicas”, por ejemplo, que comienza su libro inspirándose en los evangelios (ver nuestras notas a la primera jornada), manifiesta también una cierta erudición en lo que a la mitología grecorromana se refiere. Este mismo autor parece también tener un gran conocimiento de los escritos de los autores herméticos, como podemos ir observando a lo largo de la obra.
Christian Rosacruz
Según la "Confessio" y las “Bodas Alquímicas”, el héroe de la trilogía rosacruz, el mítico personaje al que debe su nombre y acaso su existencia esta enigmática fraternidad, nació en 1376 y murió en 1484. Para Miguel Maier, Christian Rosacruz habría sido contemporáneo de Raimundo Lulio, lo que situaría su nacimiento algo más de un siglo antes de lo que declara la Confessio. Para algunas de las escuelas que actualmente se autodefinen como “Rosacruces”, Rosacruz sería un maestro, un “superior invisible”, que se va reencarnando a lo largo de los siglos con nombres distintos y personalidades diferentes.
Notemos, sin embargo, que en ninguno de los auténticos tratados rosacruces que comentarnos se habla en ningún momento de “reencarnación”. Sea como fuere, su nombre es demasiado revelador, Christian Rosacruz es un personaje mítico, simbólico, sin origen histórico. Pero decir mítico no es decir irreal. La realidad de Rosacruz, como la de los avatares hindúes o la del Kezr islámico es transhistórica. Si bien Whittemans, (Ver Fr. Wittemans, Histoire des Rose-Croix, Ed. Adyar París 1925.) un autor de filiación teosofista, se ha esforzado en hacer corresponder al protagonista de la "Fama Fraternitatis" con un miembro de la familia Von Roesgen Germelhausen, sus afirmaciones carecen de la documentación adecuada donde apoyarse y están en contradicción con los datos aportados por rosacruces de la época de los manifiestos.
Poco hay que decir de los delirios teosofistas de madame Blavatsky o Annie Besant que, sin aportar ningún tipo de prueba aceptable, afirman que Rosacruz vivió en el siglo XIV y se reencarnó sucesivamente en Francis Bacon (1561-1626) y, posteriormente, en el enigmático Conde de Saint-Germain (1696-1784). Sólo hay que detenerse en su nombre y su apellido para adivinar que Christian Rosacruz se refiere a algo concreto, a una realización espiritual precisa. Christian indica que se trata de la realización crística, y Rosacruz alude al camino que conduce a ella: la cruz. Uno de los adagios rosacruces más evocadores, que comentaremos más adelante, per crucem ad rosam, aporta quizá la clave para comprender lo que acabamos de afirmar. Por otra parte, las mismas siglas C. R. pueden interpretarse como Christi Resurrectio (resurrección del Cristo), rememorando el misterio máximo de las religiones reveladas, la realización precisa a la que nos hemos referido. René Guénon no se cansa de repetir que el estado de Rosa-Cruz es el estado primordial del hombre, restaurado. Deducimos de ello que han existido Rosacruces auténticos en otras épocas y en otras latitudes, recibiendo otras denominaciones. Christian Rosacruz es, en cierto modo, su arquetipo.
La Rosa-Cruz es, pues, una gnosis en el verdadero sentido de esta palabra (Gnosis procede de gignere, engendrar y se refiere a la regeneración y al conocimiento que ésta permite que tenga lugar. Como ha ocurrido con muchas otras palabras, este término se aplica en la actualidad en un sentido abstracto muy desviado del original) tal como lo entendía T. Basilide, o sea, el estado en el que se conoce al “Verbo Redentor que nos hace volver a encontrar la Palabra Perdida, que es uno de los aspectos del misterio de la Cruz”. (Ver T. Basilide en “Le Voile d’Isis”, agosto-septiembre. De 1930, págs. 128 y 219). Esta gnosis, repitámoslo, no ha sido nunca patrimonio de una época o de un lugar. Se la encuentra en todos los pueblos y en todas las épocas.
Jean Valentin Andreae
Jean Valentin Andreae, el supuesto autor de las “Bodas Alquímicas” nació en Herrenberg en 1586; siguiendo la tradición familiar, se consagró ardientemente al estudio y a la difusión del luteranismo, alcanzando diversas dignidades eclesiásticas concedidas por el duque Augusto de Brunswick.
Siendo su padre abad de Königsbrom, Jean Valentin recibió en este convento su primera educación, y se hizo notar por su extraordinaria sensibilidad y sutil inteligencia.
Este episodio de su vida nos recuerda a la de Christian Rosacruz, cuya infancia también transcurrió en un convento hasta los dieciséis años. Esta semejanza es tanto más curiosa, y no entendemos cómo ninguno de los especialistas en el tema lo ha señalado, si pensarnos que la edad en la que Christian Rosacruz abandona el convento e inicia su peregrinación hacia el Santo Sepulcro, es la misma en la que Jean Valentin Andreae declara haber escrito su libro: dieciséis años. Gracias a su inacabada autobiografía póstuma, conocemos algunos detalles íntimos de la vida de este hombre, que confiesa que su existencia estuvo llena “de extravíos, cambios, tempestades, obstáculos, calumnias, persecuciones, luchas, opresiones, enfermedades y mala suerte”.
Jean Valentin Andreae, asustado quizá por el inesperado éxito de las “Bodas Alquímicas” y por la enorme influencia que tuvo esta obra sobre grupúsculos de esoteristas que rápidamente se declararon “Rosa-Cruces”, afirmó que las “Bodas Alquímicas” no eran más que “un divertimento de juventud” escrito a los quince años. (Otros autores, por ejemplo Auriger - Les noces Chimiques de Christian Rosenkreutz, pág. VI - afirman que fue a los dieciséis). Para algunos estudiosos posteriores, esto tendría que interpretarse “quince años después de su iniciación”, lo cual no es tan descabellado si pensamos en la edad en la que Ireneo Filaleteo escribió su “Entrada Abierta al Palacio Cerrado del Rey” (Ver nuestra edición de esta obra, publicada por Ediciones, Obelisco) o en que, por ejemplo, las edades masónicas son también simbólicas. Utilizando el seudónimo de Florentius de Valentia, Andreae publicó una "Invitación a la Fraternidad de Cristo, la Rosa Florida" (Invitario ad Fraternitaten Christi Rosa Florescens, Argentorati 1617.) exhortando a la práctica de la vida cristiana, la simplicidad, el amor fraternal y la oración en común.
Entre las numerosas obras de este autor se cuenta también una "Descripción de la República de Cristianopolis" (Republicae Christianopoliae Descriptio, Estrasburgo 1619) en la que intenta describir la ciudad y la sociedad ideales, manifestando ideas muy cercanas a las de la "Fama Fraternitatis y la Confessio".
Inspirándose en sus obras, se formaron varias sociedades o fraternidades que tanto por su exaltación como por su número, llegaron a asustar a las autoridades eclesiásticas.
La Masonería y la Rosa-Cruz
Reconocido en 1787 y plenamente aceptado en 1804, tenemos, en el Rito Escocés Antiguo y Aceptado de la Masonería, el grado 18, llamado “Soberano Príncipe Masón de Rosa-Cruz, Caballero del Águila y del Pelícano”. Según algunos autores, al ir desarrollándose y adquiriendo poder la Masonería, los miembros de los grupos rosacruces fueron entrando en ella y, con ellos, se introdujeron sus ritos y su simbolismo. El grado de “Caballero Rosa-Cruz” fue introducido por el Barón de Tschoudy, famoso por sus conocimientos relativos al hermetismo, más o menos hacia 1765.
El “Sapientísimo”, o sea, el presidente de un capítulo que trabaja en este grado 18, recibe el nombre de Athirsatha. Según Jean-Pierre Bayard, (Op. cit., pág. 244.) Elaz Athirsatha, que en hebreo significa “fundidor de Dios”, correspondería a Elías Artista de los Rosacruces. Este autor cita un ritual del grado 18 del Rito Escocés para el “Caballero Rosa-Cruz” del que traducimos a continuación un pasaje muy revelador:
El Sapientísimo: Caballero primer Guardián, ¿qué objetivo se proponen los Caballeros Rosa-Cruz?
Primer Gran Guardián: Combatir el orgullo, el egoísmo y la ambición, para hacer que en su lugar reinen la abnegación y la caridad.
El Sapientísimo: ¿Quién os ha recibido?
Primer Gran Guardián: El más humilde de todos.
El Sapientísimo: ¿Por qué era el más humilde?
Primer Gran Guardián: Porque era el más alumbrado y sabía que toda inspiración viene de arriba.
En otros rituales de los Caballeros de la Rosa-Cruz recogidos por Le Forestier (La F. M. Templière et Occultiste au XVIIIème et XIXème siècles. Publié et préfacé par Antoine Faivre. Ed. Aubier Montaigne, París 1970.) nos encontramos con algunos detalles sumamente curiosos, relacionados todos ellos con la Pasión y Resurrección de Jesucristo. Uno de los más significativos es una cruz con un letrero en el que está escrito I.N.R.I., de la que cuelgan un paño y una rosa. En la misma sala hay también tres columnas en las que constan los nombres de las tres virtudes teologales. El recipiendario, que ha de encontrar la Palabra Perdida, es conducido sucesivamente ante cada una de estas tres columnas y se le hace leer en voz alta las inscripciones: “Fe, Esperanza, Caridad” hasta llegar a la Palabra Perdida: I.N.R.I. Si algunos autores han comparado la cruz al crisol de los alquimistas, (Crisol procede del latín crucibulum, de la misma raíz que crux-cis.) para otros la rosa sería el fuego renovador, interpretando la divisa I.N.R.I. como Igne Natura Renovatur Integra (Por el Fuego la Naturaleza se renueva integralmente).
Según evoca otro ritual masónico, influenciado por el rosacrucismo, durante el cual se van alumbrando siete velas (no olvidemos que las “Bodas Alquímicas” se componen de siete jornadas), al encender la última el Sapientísimo exclama: “¡La Palabra de Vida, la Palabra de Regeneración ha sido reencontrada, sepamos, como el Maestro, proclamar el peligro de nuestras vidas!”. No deja de ser casual que esta ceremonia tuviera lugar el domingo de Pascua, después de la ceremonia de la Cena, o sea, en la misma época del año en que comienzan las Bodas Alquímicas. Autores como Paul Naudon, que tanto han investigado acerca del origen de este grado 18 del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, opinan que con él “se sale del desarrollo del simbolismo masónico en el sentido estricto para alcanzar otra forma de tradición, síntesis ésta de la vasta corriente hermética”. (Paul Naudon, "Histoire et Rituels des Hauts Grades Maçonique", Dervy-Livres, París 1966, pág. 50).
Este mismo autor, que ha sabido ver en la francmasonería una vía iniciática que enseña la ascensión del hombre al plano divino, afirma que hubieron interferencias importantes entre los grupos rosacruces y masones. “Hay que pensar que hubo, por las dos partes, mutuos intercambios rituales, ya que los dos simbolismos están ligados entre sí por estrechas afinidades mutuas con el hermetismo y la alquimia mística... entre la Francmasonería y la Rosa-Cruz las fuentes y las vías iniciáticas eran demasiado vecinas para que ocurriera de otro modo”. (Paul Naudon, La Franc-Maçonerie Chrétienne, Dervy-Livres, París 1970, págs. 64 y 65).
Como iremos señalando en el texto de las “Bodas Alquímicas” mediante notas al pie de página, los símbolos que aparecen con una profusión sorprendente a lo largo de toda la obra, a menudo están relacionados con la masonería. No olvidemos que en sus orígenes esta Orden perseguía fines espirituales, siendo su objetivo la “edificación del Templo” que no es, en el fondo, más que una alegoría de la edificación del hombre interior a partir de la “Piedra Bruta”, que ha de ser tallada para contribuir a tan noble fin. Si en la actualidad sus objetivos y trabajos están más orientados hacia el mundo profano y la política, hemos de pensar que se trata, en el fondo, de la misma desacralización o secularización que está experimentando la Iglesia. No deja de ser curioso que estas dos entidades, la Iglesia de Pedro y la Iglesia de Juan, que tanto se critican entre sí, cometan el mismo error. Se trata, sin lugar a dudas, de un “signo de los tiempos” y como tal hay que verlo.
Las Bodas Alquímicas y el Tarot de Marsella
Al estudiar el simbolismo de las “Bodas Alquímicas” es importante, casi imprescindible, referirse al Tarot. A algunos les chocará que comparemos aquí estos dos libros; hasta la fecha, aparte de algunas notas poco convincentes de Auriger, que manifiestan tanta buena voluntad como incomprensión. Creemos que nadie ha publicado ningún estudio más o menos acertado y documentado en el que se ponga frente a frente el Tarot y las “Bodas Alquímicas”. No vamos a hacerlo nosotros aquí, estaría tan fuera de nuestras posibilidades como de los objetivos habituales de una introducción, pero sí vamos a adelantar algunas constataciones que creemos serán útiles a la hora de leer las “Bodas Alquímicas”. Señalemos también que nos hemos basado en el Tarot de Marsella, el único a nuestro parecer que conserva en casi su totalidad los nombres, colores y detalles del Tarot auténtico. Las “Bodas Alquímicas” comienzan una noche en la que Christian Rosacruz está sentado ante su mesa, después de realizar sus oraciones. El mismo texto nos indica en qué época del año1 ocurre esto: en primavera. Esta escena tiene su contrapartida en la carta N° 1 del Tarot, “Le Bateleur” o “El Mago”.
Éste está también tras una mesa. El color verde del interior de su sombrero y de un arbusto que se ve entre sus piernas (lo que está arriba es como lo que está abajo), evocan también el verdor primaveral. El sombrero en cuestión, que más parece un recipiente, parece indicar que el Mago está recogiendo la virtud de la primavera, que le permitirá comenzar su trabajo. Notemos que en la mesa del Tarot hay exactamente doce objetos, el número de los apóstoles que asistieron a la Santa Cena y el de los signos del Zodíaco.
Esta primera carta se interpreta en cartomancia como el principio de algo, denotando las ideas de originalidad, de creatividad. Se trata del comienzo de la Obra de la Creación, que ha de restituir al hombre a su origen divino. La obra que ha de realizarse, el viaje que ha de emprenderse o el libro que es preciso abrir y leer es, en el fondo, lo mismo: aquello que conduce a la celebración de las Bodas Reales. El simbolismo de la mesa, lugar en el que el Mago realiza su trabajo, puede asociarse a la del espejo o al de la tabla. (En latín tabula-a. es al mismo tiempo mesa y tabla). El Korán (Sura 85, 19 a 22) habla de la “Tabla preservada”, la Tabla de Allah que es como un espejo en el que está escrito todo el Libro Sagrado. Observemos que esta Sura 85 precede a la famosa Sura del “Visitador Nocturno”. Éste es “una estrella fulgurante”, que atraviesa las tinieblas, guardián del alma.
No es, pues, descabellado relacionar a la estrella, que volverá a aparecer en el Tarot, con el ángel femenino, hierofante de su propia alma, que se le aparece a Christian Rosacruz. El famoso "Liber Mundi" del que hemos hablado y que aparece citado en varias ocasiones a lo largo de las “Bodas Alquímicas”, nos recuerda al que sostiene la Papisa del segundo naipe del Tarot. Señalemos únicamente que este libro está abierto y la Papisa puede leerlo al descubierto, acaso porque se ha realizado ya la famosa unión de la Rosa con la Cruz, pues el color rojo del vestido de la Papisa está (Ver nuestra segunda nota a las “Bodas Alquímicas”.) unido a los tirantes dorados en forma de cruz. Recordemos que al iniciar sus aventuras, antes de penetrar en el Palacio, Christian Rosacruz ha de colocar en su pecho una cinta roja en forma de cruz y poner en su sombrero cuatro rosas rojas, y que la verdadera cruz. La cruz de resurrección, es una cruz de luz, una cruz dorada. Como escribíamos en un sucinto estudio sobre la alquimia (Ver "Mundo Desconocido", n.° 6, pág. 46.) “Isis, madre naturaleza, se contempla a sí misma en el libro de la naturaleza...” Pero, ¿nadie ha pensado que quizás este enigmático libro no es diferente de la misteriosa tabla de la que hemos hablado?
El Emperador y la Emperatriz (Cartas números III y IIII) nos recuerdan al Rey y a la Reina de las Bodas. Las dos columnas que podemos ver en el naipe N.° V del Tarot, aparecían en el segundo día de las “Bodas Alquímicas” (Ver notas 27 y 28 a las “Bodas Alquímicas”.). Se trata de las dos columnas del Templo. A Cupido, que con sus afilados dardos está siempre al acecho de los mortales, lo encontramos con frecuencia a lo largo de las “Bodas”; no es, pues, extraño verle también en el Tarot, en el arcano N.° VI, donde se dispone a disparar, precisamente en la mano, a uno de los personajes que en él aparecen. Al leer el quinto Día de las “Bodas Alquímicas”, veremos que a Christian Rosacruz también le hirió en la mano, “por haber casi sorprendido a su madre”, Venus.
Como ya comentaremos en una nota a pie de página a la segunda jornada, el naipe N.° VII o “El Carro” tiene también su relación con las “Bodas Alquímicas”, ya que las misteriosas siglas S.M. aparecen en el centro de esta carta. La ceremonia más misteriosa de las “Bodas Alquímicas”, narrada en el tercer día, es aquella en la que los invitados van a ser pesados. El acto justiciero que va a tener lugar recibe, en el Tarot, el nombre de «La Justicia», a través del arcano N.° VIII en el que podemos apreciar la espada y la balanza. La figura que aparece en el naipe bien podría ser Astrea, diosa de la justicia en la mitología griega. El arcano N.° XIII del Tarot, “La Muerte”, es harto evocador en lo que a este misterio se refiere. Vemos en él las cabezas del Rey y de la Reina, que acaban de ser cortadas por la mortífera guadaña. Se trata de la separación del principio masculino del femenino.
El ángel alado del naipe N.° XIIII del Tarot, que recibe el nombre de “La Templanza”, bien podría ser el mismo que se le apareció a Christian Rosacruz al principio de las Bodas y que volvió a ver en el interior del Palacio.
Uno de los pasajes más curiosos del primer día de las “Bodas Alquímicas” es aquel en el que Christian Rosacruz se encuentra, Junto con otros personajes, en el interior de una torre. Todo el relato de lo que transcurre en el interior de la torre es sumamente simbólico. No olvidemos que en las litanías se relaciona a la Virgen con la Torre: “Turris Davídica”, “Turris Eburnea”... Recordemos también la torre en la que, encadenada, estaba prisionera Danae. No pudo salir de ella hasta que cayó la lluvia fecundadora y liberadora de Zeus. La Dama que ordena que lancen las cuerdas liberadoras a los prisioneros de la torre y que, bajo otra apariencia, es en el fondo la misma que se le apareció a Christian Rosacruz al principio de las “Bodas”, está representada en el Tarot por “La Estrella” del naipe N.° XVII, En el XVI, “La Casa de Dios”, aparecía una torre cuyo techo se ha abierto como veremos ocurre también en las “Bodas Alquímicas”. Y ha dejado salir a dos personajes que saltan y bailan de alegría. Como tendremos ocasión de ver en el texto de las “Bodas”, Christian Rosacruz “ha implorado la misericordia divina” para que le sacara de la torre. Las marcas que pueden apreciarse en las rodillas del pantalón de los personajes del naipe N.° XVI confirman que han sido desgastados por la plegaria, que en el fondo es quien hace descender la gracia liberadora, en la que han implorado su liberación.
El personaje femenino que aparecía en el arcano N.° XVII bien podría ser Isis, la Madre de las Aguas, Madre Naturaleza que colmaría de bienes a los hombres si “sus ambiciones no fueran tan desmesuradas”, como indica uno de los poemas que aparecen en la primera Jornada.
El arcano N.° XX del Tarot, “El Juicio”, no está tampoco sin relación con nuestro libro. La trompeta que tañe el ángel que en él aparece así como el mensaje que sostiene en su mano izquierda, son los mismos de los que nos hablará la primera jornada de las “Bodas Alquímicas”. Este mensaje no está tampoco sin relación con el que recibe el protagonista del “Canto de la perla”, cuyo contenido le es sumamente familiar, pues se trata de las palabras que ya tenía escritas en su corazón. En la Quinta Jornada (Ver nota 88 a las “Bodas Alquímicas”) haremos alusión a esta sugestiva carta que es “El Mundo”. Como señalaremos en otra nota, (Ver nota 100 a las “Bodas Alquímicas”) el Génesis habla, en el fondo, de la Obra Hermética que, según los alquimistas era comparable a la Creación del Mundo. El primer capítulo de la Biblia enseña más el génesis del microcosmos filosófico que el del mundo que nos rodea. Si consideramos, y ésta es la posición del esoterista, que este mundo es un velo, la Biblia o cualquier otro libro revelado nos hablarán de aquello que está detrás de él.
Algo parecido ocurre con el Tarot con las “Bodas Alquímicas”, que no colocaremos en la categoría de los libros revelados, pero cuyo objetivo es despertar en nosotros la nostalgia del Mundo de Luz que nuestro mundo de tinieblas recubre y oculta, e indicamos el camino que se dirige a él.
No podíamos dejar de citar, una vez hechas estas modestas apreciaciones sobre el Tarot, dos inspirados artículos que sobre el tema aparecieron en los números 8 y 9 de la revista belga Le Fil d’Ariane,6 a la que tendremos ocasión de referimos. (Dichos artículos fueron publicados en LA PUERTA - MAGIA (Ed. Obelisco, Barcelona).
El simbolismo de la Rosa-Cruz
Un análisis riguroso y completo del simbolismo Rosacruz exigiría de antemano el estudio de un gran número de documentos, grabados, textos, etcétera, muchos de los cuales no han sido publicados nunca. Con estas líneas finales sólo deseamos proponer algunas apreciaciones relativas a los dos elementos principales de este simbolismo: la Rosa y la Cruz, que creernos servirán de base a la hora de interpretar otros símbolos menos fundamentales.
Todo simbolismo es doble, y esto se verifica aún más en el caso de unas “Bodas” en las que, lógicamente, se casan dos elementos. Las letras C. R. que aparecían en la Fama Fraternitatis y que son verosímilmente lo mismo que R. C., siglas de la Rosa-Cruz, parecen indicar los dos elementos principales de este simbolismo. C. R., ya lo hemos señalado, designa tanto al protagonista de la trilogía rosacruz, Christian Rosacruz, como al misterio de la Resurrección de Cristo: (Christo Resurrectio) o la Cruz y la Rosa (Crux-cis; Rosa-æ).
Nos encontramos con el motivo de la rosa en casi todos los escritos esotéricos, especialmente los de procedencia musulmana. Recordemos solamente la Rosa Cándida, la Rosa de la Jerusalén Celeste de La Divina Comedia, obra que, según ha demostrado Asín Palacios, manifiesta una profunda meditación e inspiración en fuentes árabes. En la mística iraní, la rosa se asociaba a la Daena, el ángel femenino hierofanía del alma del místico que, creemos, aparece también representado en la primera jornada de las “Bodas Alquímicas”.
Respirar el perfume embriagador de esta “Rosa mística”, era una de las maneras de describir metafóricamente el arrebato místico o el despertar espiritual. (Respecto al simbolismo de la rosa aconsejamos la lectura del excelente artículo de Raimón Arola publicado en el N.° 27 de La Puerta).
En la iconografía cristiana, la rosa aparece algunas veces como la copa que recoge la sangre de Cristo, el Graal, y en otras como la transfiguración de estas gotas de sangre.
Según Frederic du Portal (Des couleurs symboliques, París 837, págs. 218 y ss.) “la rosa y su color eran símbolos del primer grado de la regeneración y de la iniciación a los misterios”. Recordemos que la etimología de rosa-æ procede de ros-ris, rocío, lluvia, uno de los símbolos de la bendición que da entrada a los Santos Misterios. Se trata de la Torah de los hebreos, como nos deja entrever el Zohar (Ver el Zohar publicado en esta misma colección.) en sus primeras páginas.
Como la Daena iraní, perfectamente evocada en el atuendo luminoso del Canto de la Perla, la Rosa busca encamarse, fijarse en el mundo de la materia, reunirse con su contrapartida terrestre: la Cruz. Anterior al cristianismo, el simbolismo de la Cruz se ha enriquecido prodigiosamente con él. Si lo estudiamos un poco a fondo, el cristianismo primitivo nos dejará conocer el sugestivo tema de la “cruz luminosa”, especialmente en “Los Actos de Juan”. En ellos se narra la experiencia que este apóstol tuvo en la montaña “para oír lo que un discípulo ha de aprender de su maestro y un hombre de su Dios”, donde gozó de la visión de la cruz luminosa y pudo escuchar las siguientes palabras: “Juan, es necesario que algún hombre oiga de mí estas cosas; necesito que un hombre me entienda.
Por culpa vuestra he llamado a esta cruz de luz ora palabra, ora inteligencia, ora Jesús, ora Cristo, ora puerta, ora camino, ora pan, ora semilla, ora resurrección, ora Hijo, ora Padre, ora Espíritu, ora vida, ora verdad, ora fe, ora gracia. Recibe todos estos nombres por culpa de los hombres. En realidad, concebida por sí misma y expresada exteriormente para vosotros, es la marca que distingue a todas las cosas, la fuerza que mantiene las cosas fijas... “Esta cruz, pues, reúne a todas las cosas en ella por una palabra y las separa de las cosas inferiores y, siendo única, devuelve todas las cosas a la unidad. Pero no es la cruz de madera que verás yéndole de aquí...“ (Actos de Juan XCVIII-XCIX). Jesucristo, en este párrafo tan poético como revelador, deja bien claro que su cruz no es la de madera, aquella que se ha ido idolatrando desde hace veinte siglos, sino una más real, que trasciende las nociones de espacio y tiempo a las que nos ha condicionado nuestro estado caído. El sentido profundo de la religión cristiana, su originalidad más genuina estriba, a nuestro entender, en la comprensión profunda y la realización del misterio de esta cruz luminosa.
Otros textos, entre ellos la Epístola de Bernabé (IX-9) relacionan la cruz con la letra Tau que, en griego tiene esta forma: T. Bernabé comenta un curioso pasaje del Génesis haciendo alarde de una perspicacia propia de un kabalista: “Y circuncidó Abraham, de su casa a trescientos dieciocho hombres”. Bernabé destaca que el texto “pone primero los dieciocho y, hecha una pausa, los trescientos”. (Recordemos que este autor se basaba en una traducción griega de las Escrituras. Ver Génesis XVII). Esto se debe, según él, a que dieciocho se compone de 1 y que vale 10 y de H, que vale 8, luego: IH (óï õæ) (El nombre de Jesús). La T, que vale 300 representa a la cruz. Por otra parte, el 18 o 14 corresponden, como la Rosa, al aspecto volátil o celeste, mientras que la T, la Cruz o el 300 corresponden al terrestre o fijo.
Así como dijimos que la Rosa busca fijarse, encarnarse, la IH a la que alude Bernabé sería lo que los kabalistas llamarían la Sabiduría, que busca quien la reciba, quien la acoja y la fije. Es la bendición errante que grita a los hombres, pero éstos no la escuchan; no olvidemos la oración hebrea de las 18 Bendiciones. En esto estriba todo el sentido profundo de la hospitalidad, tan importante en las civilizaciones tradicionales.
Como acabamos de ver en el magnífico pasaje de los Actos de Juan, la Cruz es la “fuerza que mantiene todas las cosas fijas”; no sin razón era, entre los alquimistas, el símbolo de la sal, capaz de fijar el rocío celeste. En la Rosa, recordemos su etimología, y la Cruz consiste, pues, todo el secreto de las “Bodas”... Pero no sólo la Rosa busca a la Cruz... El ser humano, nostálgico de sus orígenes de luz, desea unirse y comulgar con esta rosa mystica, y el único camino para llegar a ello es a través de su vida encarnada, de su Cruz. Como afirma un texto musulmán oponiéndose a aquellos que creen ciegamente en una liberación post mortem; “¡Oh Amigo!, ten esperanza en él mientras vivas, pues en la vida reside la liberación”. Una de las obras más divertidas y edificantes de la antigüedad, El Asno de oro o Las Metamorfosis de Apuleyo nos relatan la historia de un hombre, Lucius, que pasa por una serie de desventuras bajo la forma de un asno, hasta que logra comer una rosa roja, consagrada a Isis. Es la historia de la Caída y de la Redención. Esta historia sería la mejor explicación del adagio rosacruz: Per Crucem ad Rosam. Lucius, como su nombre indica, es la luz prisionera en el ser humano, el hombre interior caído que ha de comulgar con la Rosa para deshacerse de su piel de bestia y recobrar su dignidad perdida.
Pero, ¿cuál es el papel del asno? Todo depende de donde nos situemos. Este animal, símbolo de Tifón entre los egipcios, representa al hombre exterior, a la piel de bestia que nos recubre y nos oprime;) pero si lo considerarnos desde un punto de vista más elevado, veremos que en su espalda se dibuja la forma de una cruz. Es, pues, a través de él, por horroroso que nos parezca, como podemos llegar hasta Isis y comer la Rosa. Esta “piel de bestia”, cruz dolorosa, resultado de la Caída, va a ser, indirectamente, quien nos permita alcanzar la regeneración; por eso hemos de cantar, como lo ha hecho durante muchos siglos la Iglesia: Felix Culpa ¡Feliz Culpa!. Aquel que no lleve su cruz y no me siga, no podrá ser mi discípulo. Lucas X-28 Juli Peradejordi.
Texto de Johann V. Andreae (original Chymische Hochzeit-1616) pp. 2-28. Digitalizacion, adaptación y ilustración para publicación en ese sitio por Leopoldo Costa.